sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo II. Parte Tercera.

Capítulo II. Parte Tercera.

Decidí largarme, pero no todo salió bien, al parecer una vecina había llamado a la policía y yo me la encontré nada más salir de casa, un agente de policía se acercó a mí, alarmado al ver mi aspecto. Quisieron hacerme un montón de preguntas, a pesar de las objeciones del agente que me había sacado de allí.
No hablé mucho de lo sucedido y, para ser francos, no era por dolor, sino simplemente porque no tenía nada que aportarles a todos esos hombres. El asesino estaba muerto, ¿qué más querían investigar?
 Poco tiempo después fui llevado a un reformatorio, cerca de Austin. No fui acusado de asesinato, me libré, por lo pelos supongo; aún así, tuve que permanecer en él durante dos años. Hasta la mayoría de edad, cuando podría hacer lo que quisiera con mi vida.
Conocí a algunas personas allí, pero ninguna podía alcanzar a comprender lo que yo había sentido, lo que sentía, lo que quería volver a sentir.
Nada lograba llenarme, nada de lo que allí hacía me interesaba lo más mínimo. Me dedicaba a leer libros de medicina y psicología. Ambas cosas eran interesantes dadas mis aficiones.
Nos hacían ir a clase por las mañanas y nos tenían muy controlados. Aún así pronto dijeron que yo tenía un buen comportamiento o lo tuve al principio, antes de empezar a tirarme a varias de las que estaban allí encerradas. A ellas no les importaba lo que yo les hiciera y ellas hacían cuanto yo les pidiera.
Declararon que no sólo tenía mala conducta por mantener relaciones sexuales en el centro, si no porque mostraba rasgos violentos durante éstas.
Ya ves tú lo que les importaba a esos tíos lo que yo hacía mientras me follaba a esas chicas.
Además hay que decir que toda la gente que estaba ahí metida no tenía ni idea de lo que era asesinar a una persona, había escasas personas que realmente estuvieran allí por delitos graves. De hecho una de las muchachas, Helen Burdock según me explicó simplemente era una ladronzuela, había agredido a una dependienta con una navaja en una de las ocasiones, pero no fue más allá de eso.
Ella se consideraba rebelde y mucho más importante que las chicas de su edad. La verdad es que era mucho más atractiva. Con su espesa melena rubia y sus vivarachos ojos claros, de un bonito marrón verdoso. No sé qué sería de ella, pero me supongo que habrá triunfado en algo, no era una de esas chicas que deja que la vida la pisotee. Era inteligente, lo suficiente para saber manejarse entre la gente hasta llegar a lo más alto.
Yo me acostaba con ellas porque lo deseaban, algunas de ellas simplemente lo hacían por costumbre o por vicio no sé, había gente muy rara allí metida.
A la única a la que no me tiré fue a Helen, sin embargo mantuve con ella algo parecido a la amistad. Nunca supo por qué me encontraba allí, todos creían que simplemente estaba traumatizado, el caso del asesinato de mis padres fue muy conocido, aunque eso es fácil de imaginar dada la gravedad del asunto.
La señorita Burdock salió poco antes de que yo lo hiciera, el día que lo hizo miré por la ventana como se alejaba, con una camiseta ajustada y una falda corta. Su pequeña silueta se introdujo en el coche gris de su padre y antes de lo que cabría esperar se perdió en el horizonte.
En cuanto a mí, me pusieron un psicólogo especial y me llevaron a otro centro, preocupados como dije anteriormente por mi “actitud sexual” como ellos lo llamaban. Aquél tío estaba loco, como todos los que estaban encerrados allí, ellos lo llamaban centro especializado, no era el modo correcto: era un psiquiátrico. Afortunadamente cumplí los 18 antes de que ese chiflado me diera pastillas para “tranquilizarme”, anda que no había drogas mejores y más “tranquilizantes” que esas pastillitas.
He de decir en este punto que nunca he consumido sustancias ilegales, lo único que ha producido en mí una sensación parecida es la muerte, pero lo cierto es que las pastillas que querían diagnosticarme… dejaban drogados a los que estaban allí.
La mayoría se pasaban el día babeando con la lengua colgando, por suerte esos fármacos que han mejorado con los años, según tengo entendido. Yo no tenía ninguna enfermedad mental como las suyas ni mucho menos, estaba y estoy completamente cuerdo.
La mayoría eran esquizofrenias, por aquella época y aunque no tanto como antiguamente, la enfermedad seguía siendo un tema tabú y les tenían permanentemente medicados y atados.
Pero por suerte para mí yo tenía 18 años y además había salido de allí con la ESO y un curso de bachiller. Hice el segundo curso y gracias a mis notas, conseguí una beca para una de las mejores universidades de Texas, la universidad de Austin.
El complejo universitario es tremendo y prácticamente parece una pequeña ciudad dentro de otra.
Empezaba muy ilusionado la carrera de medicina, me apasionaba anatomía, sobretodo el sistema cardiovascular. Me alojaba en una residencia que estaba dentro del complejo, era bastante barata y confortable, además contaba con buenas instalaciones.
El segundo año ya logré mudarme a una modesta casa, gracias a los ingresos de las becas y a mi trabajo.
Aún recuerdo cuando llegue, yo era joven, tenía 19 años y por aquél entonces tenía un aspecto quizá más salvaje y desgarbado que el que tengo ahora. Seguía pensando en la muerte, en el asesinato, sin embargo durante la carrera no maté a nadie.
Excepto a un joven compañero de clase, cuando estaba en segundo, salimos una noche de fiesta. El primer año había sido mi compañero de habitación y me convenció tras mucho esfuerzo para salir, visto lo visto le hubiera convenido más no conseguirlo. Fui con él a varios bares, donde tomábamos algunas copas antes de ir a otro. Yo no quería emborracharme, sin embargo sin darme cuenta alcancé un estado considerable de embriaguez. Recuerdo que íbamos muy borrachos, por mucho que intentara resistirme la tentación estaba ahí, el muy maricón creía que mis intenciones eran muy distintas, supongo que por cuestiones de la bebida, dado que era un chico muy dado a las mujeres,  y me ofreció su boca alcoholizada, que rechacé con sutileza.
Mis planes distaban de aquello que él creía y cada vez estaba más excitado al ver ese momento tan cerca. A esas alturas de mi vida yo ya me había conseguido un par de cuchillos en una tienda de antigüedades.
Al parecer eran de origen polaco, el vendedor no tenía muy claro cómo habían ido a parar hasta su tienda, pero sabía que procedían de Europa. Me dijo que quizá hubieran llegado a su tienda alrededor de los años 50 o 60.
Realmente no me importaba tanto su origen como su aspecto, eran preciosos, y me había costado mucho esfuerzo ahorrar para ellos. Pero les daría un buen uso, tal y como se merecían. Yo mismo los había afilado y estaban tan sedientos de sangre como yo. Recuerdo todavía la excitación que sentí al ver su expresión cuando, en aquél callejón dónde le acorralé saqué a mis preciosos gemelos.
Quizá suplicase o sólo riera creyendo que se trataba de algún juego o preliminar sexual, que yo todavía desconozco. También veo nítidamente su sonrisa de pequeños dientes blancos y como ésta desapareció cuando yo víctima del deseo, hundí mi cuchillo pocos centímetros sobre su pubis. Cerré los ojos presa del torrente de sensaciones y sollocé de emoción mientras volvía a hundir mi cuchillo en sus carnes.
Gritó, pero era demasiado tarde para eso, para él ya se había acabado todo.
Le susurré unas palabras al oído, algo así como “nos veremos en el infierno, amigo mío.”
Le tomé el pulso como tanto me gustaba hacer y le desgarré el vientre cada vez más excitado. Veía en su expresión que la muerte ya le llevaba en su manto negro.
Loco de placer como yo estaba quise alargar su agonía y cambié la intensidad con que lo acuchillaba. Pero era tarde, no había más allá de aquella mirada, y seguí entre suspiros los últimos latidos de su corazón. Finalmente, le dejé caer al suelo y me largué rápidamente en su coche. 
Cuando llegué a mi casa limpié toda la sangre que aquella masacre había producido y dejé mis cuchillos en una solución de formol, tras lavarlos con agua y jabón con el máximo cuidado. Yo mismo me hundí en el agua de mi bañera reviviendo cada instante de la muerte del joven, aún oyendo sus latidos cada vez más débiles en mi cabeza.
Toda su vida se había resumido a eso y yo no dejaba de ver su agonía. Era, sencillamente, maravilloso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario