domingo, 11 de septiembre de 2011

Capítulo IV. Parte cuarta.

Capítulo IV. Parte cuarta,

Y a pesar de todo, estuvimos los dos de baja un tiempo, dado que debíamos asistir a los juicios. Yo tuve a una abogada, llamada Kaith Williams, la primera de su clase. Hablaba con una seguridad sorprendente, con una perspicacia y astucia geniales para su profesión.
No podía dejar de admirarla mientras caminaba delante del juez haciendo las preguntas pertinentes.
Por su parte, Robert, tenía un abogado recién salido de la facultad. De carácter tímido e introvertido. A pesar de haber salido de la carrera con unas excelentes notas, parecidas a las de mi bella letrada, su carácter le hacía menos bueno en su profesión.
Bien era verdad, que Kaith llevaba un par de años más que él en el oficio, pero ella tenía madera de defensora, cosa de la que él carecía.
Kaith Williams, era una mujer interesante desde cualquier punto de vista. Sabía poco de su vida, lo que por encima ella me había contado y lo que yo había deducido. Su índice de casos ganados era abrumador, sabía que era buena y se aprovechaba de eso.
Había librado de la cárcel a tipos que la merecían tanto o más que yo, además creo que tenía un don especial para saber si realmente la persona era culpable o no.
Y conmigo no fue una excepción, me lo dijo mientras estábamos en mi casa tomando una copa. El primer día, la invité para hablar del caso, ella no solía hacer esa clase de cosas pero se presentó. Me dijo que ella sabía perfectamente cuando su cliente era de verdad culpable, y que yo tenía toda la pinta. Me dijo que, sin embargo, su trabajo iba aparte de sus opiniones personales y que le daba absolutamente igual estar defendiendo a un maníaco asesino.
No entendí muy bien por qué me decía eso y le pregunté que cómo, creyendo eso se había atrevido a presentarse en mi casa.
Replicó astutamente que yo era tan inteligente como seductor, y que bien sabría que no iba a ser muy inteligente por mi parte matarla, dado que era ella quien iba a librarme de la prisión.
Asentí, sabiendo que la muchacha tenía toda la razón y admiré el valor que poseía para hacer bien su trabajo.
Era una mujer esbelta, de etnia negra, con el pelo siempre recogido en una coleta alta y unos ojos altivos y oscuros. Sus facciones eran hermosas, aunque algo toscas para mi gusto.
Sin embargo poseía un encanto natural que la hacía destacar entre las demás mujeres, por muy bellas que fueran. Quizá fuera su mirada desafiante o el desparpajo que la caracterizaba al hablar.
Aún siento cierta admiración por ella, como mi preciosa Helen, esta mujer era una triunfadora.
Esa fue una de las pocas conversaciones sinceras que tuvimos, el resto eran banales, meras apariencias. Tenía muy claras las distancias que había entre los dos. Ella era la profesional, yo su cliente, y mi libertad dependía totalmente de su profesionalidad. Sabía jugar muy bien sus cartas y no dudaba en manipular a quién fuese, del modo que fuese para lograr sus objetivos.  
Estuve casi un año de aquí para allá con los juicios, siempre acompañado de mi fiel Kaith. Durante este tiempo, Robert hizo algunas cosas que no harían más que empeorar su situación. Me esperaba en la puerta de casa para intentar atacarme, me buscaba, me perseguía, me llamaba constantemente al móvil, hasta que, decidí ponerle una denuncia. Kaith estuvo totalmente de acuerdo y me dijo, además, que esto ayudaría a que mi caso estuviera ganado.
Le costó una orden severa de alejamiento, que de ser incumplida podría hacerle pasar varios años en la cárcel.
Entiendo que él me odiase. Al fin y al cabo hubiera sido mejor morir que perderlo todo de aquél modo. Pero así es cómo pasaron las cosas. Qué más hubiera querido yo que poder asesinarle a él también.
Pero a veces las cosas salen de la manera más distinta posible a como uno quiere que salgan.
Finalmente hubo un juicio que marcó esta difícil etapa de mi vida. Le declararon culpable y le condenaron a la pena capital.
Se dijo que él había matado a su mujer y a su hijo. En el arma que fue encontrada sólo se encontraron sus huellas. Nunca se encontró el arma homicida que acabó con la vida de su esposa, pero al final se acabó deduciendo que fue la misma que había acabado con la del pequeño.
Se encontró ADN mío en su cuerpo, pero se atribuyó a la supuesta aventura que yo mantenía con ella, así como que hubiéramos pasado tiempo juntos antes del trágico suceso.
A todo esto se añadió que Robert había intentado matarme en diversas ocasiones. Se le declaró un bebedor compulsivo, incapaz de contenerse en estado de embriaguez, potencialmente peligroso si veía algo que no le gustaba, pero cuerdo completamente. No mostraba ningún síntoma de enajenación mental o locura transitoria.
Aún hoy le veo esposado, mirándome impotente, mientras le llevaban a un coche policial donde iba a ser llevado a esta misma prisión, en la que murió hace ya diez años.
Tras aquél suceso, decidí que lo mejor era actuar con más cuidado si no quería acabar como él.
Me despedí de Kaith con cierta cautela, me dijo que esperaba no volver a verme, aunque mi caso había sido grato para ello así como mi compañía. Realmente todo fueron cortesías, aunque creo que me había tomado cierto aprecio. Es absurdo, con su profesionalidad.
Decidí que de ahora en adelante mataría con más prudencia, de otro modo, vigilando mejor los momentos.
Era lo mejor. Al fin y al cabo, este caso en el que fui sospechoso fue muy sonado en todo el mundo y no me convenía volver a estar presente en otro juicio de tal envergadura.
No se tendría tanta piedad conmigo y sería enviado directamente a la muerte. Aún no quería estar entre los brazos de ésta.