viernes, 12 de agosto de 2011

Capítulo IV. Parte tercera.

Capítulo IV. Parte tercera.

Me encontraba con los ojos suavemente cerrados. Había perdido la fuerza, dado el éxtasis al que acababa de ser sometido. Me encontraba en la misma posición en la que la había visto morir.
Miré la película unos instantes. El musical proseguía, ajeno a todo lo que pasaba.
Dirigí entonces la mirada hacia la muchacha. Su belleza no había desaparecido a pesar de que ganaba mucho más con los intestinos en su sitio.
Su boca seguía entreabierta y sus ojos tenían la mirada perdida. Se los cerré y besé sus labios, empapados de sangre, para saborearla y mancharme el rostro.
Consulté la hora en mi reloj. Serían las dos de la madrugada y Robert todavía no había venido.
Y, mientras esperaba decidí sentarme en un sillón. Oí que el bebé había empezado a llorar arriba. Maldije en silencio y esperé a ver si se callaba. Pero no tuve esa suerte. La criatura cada vez berreaba más fuerte.
Creo que pregunté al aire, como si realmente pretendiera obtener respuesta, que qué quería. Obviamente la única respuesta que obtuve fue un aumento de la intensidad de los llantos del pequeño.
Subí las escaleras lentamente y caminé hacia el habitáculo de la que provenían los gritos.
Era la habitación de Robert y su mujer. Estaba perfectamente decorada. La cama era tremendamente grande, con patas finas y bordes dorados. Me llamó bastante la atención el estilo antiguo y exquisitamente cuidado.
La cuna era de madera oscura, a juego con el resto de la habitación y las pequeñas sábanas eran azuladas, con bordados blancos en los que se leía “Charles” supuse que era el nombre del niño y me encogí de hombros.
Le miré detenidamente. Era de piel blanca y, como todos los bebés, era pequeño aunque grande para su edad. Su cara estaba de un intenso color rojo, de tanto llorar.
Le dije que si seguía berreando se ahogaría. Pero no me entendía, como es lógico. Así que lo cogí por debajo de los hombros y le miré a los ojos, que eran idénticos a los de su madre, seriamente. Volví a recordar el éxtasis que había experimentado con ella y me temblaron las manos levemente.
El bebé rió a carcajada limpia. No entendí por qué. Decidí que lo mejor era dejarlo otra vez en la cuna, pero eso no era una buena idea porque volvía a llorar.
Y, cuando estaba debatiendo conmigo mismo qué era mejor, si dejarlo o no. Oí unos pasos pesados en el pasillo. Parecía que alguien se tambaleaba en él.
Miré hacia atrás al tiempo que aparecía Robert, borracho, con un cuchillo en la mano.
Me dijo que soltara a su hijo. No lo hice, le retuve entre mis brazos.
Se puso a decir cosas incoherentes y entonces, se abalanzó sobre mí con el arma blanca en alto, intenté apartarme pero el viejo cuchillo en un asombroso y rápido movimiento había atravesado el pequeño pecho de su propio hijo.
Por vez primera, me asusté un poco. Me insultó de nuevo y me dijo que le había asesinado. Suspiré y esquivé sin mucha dificultad los intentos de ataque del doctor borracho.
El pequeño yacía sin vida a mis pies, su padre con los ojos llenos de lágrimas intentó atacarme de nuevo, con mayor intensidad. Estaba furioso y no iba a dudar en matarme. Eso intentaba, al menos, a pesar de su estado.
Mientras lo hacía, le dije que debería dormir. Respondió que iba a llamar a la policía. Me reí mientras le replicaba que estando borracho no tenía muchas posibilidades de que le creyeran. Me maldijo e intentó acorralarme de nuevo, pero no hace falta ser muy hábil para huir de una persona ebria.
Le miré desde el marco de la puerta, tenía los ojos fuera de sus órbitas y el cuchillo manchado de la sangre del pequeño se balanceaba en su mano derecha, estaba intentando mantener el equilibro, pero parecía que no podía sostenerse en pie. Creí que, de un momento a otro iba a derrumbarse.
Dijo que me encontrarían y tomó un móvil entre sus manos. Sonreí ante la idea de que llamase a la policía, al fin y al cabo, el único que tenía un arma manchada de sangre era él, no yo.
Así pues decidí que lo mejor era irme ya y, así lo hice, me esfumé tal y como había venido. Salí corriendo, camino de mi casa. Debía arreglarlo todo si quería que saliese como yo quería.
Una vez allí realicé el ritual de siempre, limpiar mis afiladas armas, guardarlas en sus envases. Y, por vez primera, escondí la entrada al sótano.
Días antes había preparado un empapelado especial que cubría todo el salón y también la puerta, además sobre ésta había colocado una estantería.
Me di una ducha rápida y me dejé caer sobre las lisas sábanas de mi cama, perfectamente limpias y frescas.
En seguida me adormecí, mecido entre la música que más adoraba, aún sonaba en mi cabeza. Esos magníficos últimos latidos; era exquisito y embriagador.
No tardó en llegar la policía a interrogarme, aunque eso era de esperar, no esperaba librarme.
Me detuvieron y me llevaron a comisaría. He de reconocer que pensé que quizá me inculparan; que me condenaran a muerte o a cadena perpetua. Pero tuve suerte. Aunque el caso sería largo, yo me libraría.
Cuando llegué allí observé que también estaba Robert, más sereno, bebiendo café. Su estado era deplorable, tenía los ojos enrojecidos y la ropa hecha jirones. En cuanto me vio se puso a gritar como un loco, señalándome con el dedo índice.
Le miré y fingí estar asustado. Miré a los guardias y les dije que ese hombre había intentado matarme, tras matar a su mujer.
Expliqué que, su esposa y yo éramos amantes, cosa que desconocía Robert. Dije que aquella noche esperábamos que no volviera a casa, pero lo hizo demasiado pronto y nos encontró en plena faena.
Estaba borracho y no pudo contenerse. Arremetió contra su mujer. Yo intenté defenderla pero no había nada que hacer, así que subí las escaleras, quería salvar al pequeño Charles, al fin y al cabo podía ser más hijo mío que suyo, añadí.
Cuando llegué arriba, cogí al bebé, para evitar que él sufriera daños. Pero Robert venía detrás de mí y, sin que yo pudiera evitarlo arremetió contra los dos con el cuchillo. Dije que quizá su intención no era matar a su hijo, pero en su estado no distinguía bien y le mató. Yo no pude salvarle.
Expliqué además, que yo estaba demasiado asustado y que escapé, queriendo, por lo menos salvar mi propia vida.
Argumenté que quería llamar a la policía, pero que llegué en mal estado a casa y, que lo único que era capaz de hacer era dormir.
Ellos asintieron y dijeron que en estado de embriaguez se podían hacer muchas locuras, pero que yo era sospechoso, como él.
Eso no me importó tanto como cabría esperar. Sabía que le inculparían. Estaba demasiado borracho, su testimonio no sería verosímil.

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